Me gusta la Feria del Libro. Desde siempre, aprovecho esos días para pasear por el Retiro todo lo que no camino el resto del año, quedar con los amigos, comer con unos, saludar a otros y dejarme un par de nóminas en los puestos.
Este año me temo que la disfrutaré poco.
El sistema de control de aforo obliga a esperar colas interminables antes de entrar en la zona de casetas, así que los paseos se limitan al movimiento de la gente hacia la entrada.
Una vez dentro, las casetas, aunque en menor número que en otras ocasiones, están muy concentradas; en lugar de aumentar el espacio eliminando o trasladando los elementos de la parte central, se ha optado por casetas más pequeñas y juntas, y por incluir en distintos tramos una doble hilera central que estrecha el paso y hace que la gente se apiñe. La misma tónica seguida en el Rastro, menos puestos pero más juntos, estrechando la zona de paso de la gente. Ayuda también a ello la presencia de colas para los autores (se había aconsejado un sistema de turnos que no parece haber funcionado) y para los bares (que ocupan la zona central también).
Finalmente, la desaparición de las máquinas de bebidas y de baños públicos en el interior de la zona tampoco mejoran la situación.
En fin, aparte de la espera y los agobios, el día de ayer se saldó con un par de compras y con un buen número de reencuentros.
Seguramente repita alguna de las próximas tardes, por si estuviera más despejada. Desde luego, no en fin de semana.